Relato porno Mi jovencita amiga Yaiza xxx

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Mi jovencita amiga Yaiza

Categoría: Amigos, Hetero Comentarios: 0 Visto: 33684 veces

Ajustar texto: + - Publicado el 24/07/2014, por: admin

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Estaba disfrutando unos días de vacaciones y fui invitado por Juan e Irina, un matrimonio amigo, a pasar un fin de semana con ellos en su chalet de la sierra. Chalet único en varios kilómetros a la redonda.

Estos amigos habían transformado en una quinta espectacular por el buen gusto en la construcción, de otras y otras reformas, una edificación ya venida de muchos años atrás y que en aquellos entonces, fue una bastimento para albergar a la gente que iba de paso entre pueblos y ciudades, en unos terrenos que heredaron de sus padres, estos de los suyos y así a lo largo de varias generaciones.

Eran ambos amigos de infancia y aunque contábamos casi el medio siglo de edad, 48 años los míos, sentíamos esa amistad imperecedera que se lleva en el corazón y que siempre existirá por mucho que cambien nuestras vidas.

Tenían una única hija, cuya edad era de diecinueve años y hasta el siete de octubre no cumpliría la veintena, por lo que no podía verla como a una mujer, sino como a una niña a pesar de su mayoría de edad y su cuerpo voluptuoso.

Era una jovencita muy bella. Con cara pícara y con unos ojos tan asombrosamente grandes, adornados con unas gafas rojas, rectangulares, que al mirar producían la sensación de absorber todo aquello que mirase. Por ello, a pesar de su joven edad, cuando me contemplaba, sentía una atracción tan grande por su forma de mirar, que incluso a mis amigos les comenté más de una vez, que si yo fuera un jovencito de la edad de su hija, no dejaría escapar unos ojos tan bellos como los de Yaiza, el cual es su nombre.

Los días fueron pasando y compartimos un fin de semana tan agradable que se me hizo muy corto. Demasiado corto porque no quería que llegara a su fin ese tiempo rodeado de naturaleza por todas partes, y con esa paz que emergía de aquellos lugares que están lejos de la civilización. Incluso el beber el agua de la cual se surtían para uso doméstico y para regar su bello jardín, era tan sumamente saludable, que sin necesidad de ser tratada, ya que surgía del pozo practicado en un lateral de su terreno, tan pura y cristalina, merecía la pena estar en ese marco tan sereno por lo saludable de su consumo.

La amistad con esta familia era tan fuerte, que me sentía como si conviviera con mi propia familia, por lo cual, todo lo que pudiera afectarles de negativo, en el presente o en el futuro, me afectaría de igual manera que si de mi familia se tratara. Por este motivo, con Yaiza, en todo momento y a pesar de la confianza que había entre nosotros, porque la conocía desde el mismo día que nació, había mantenido una leve distancia, puesto que durante el tiempo que compartimos en ese fin de semana tan especial, había notado que ella había intentado por medio de sugerencias, suaves provocaciones, acercamientos y mostrando sin mostrar su esbelto cuerpo, intimar conmigo, seducirme, y elevar en mi interior de hombre, el deseo hacia ella.

No podía entender esta actitud, ni tampoco podía comentar con nadie esas impresiones, porque realmente todo lo hacía con tanta naturalidad, que el menor comentario por mi parte podría acabar en hacerme ver como un hombre con mente calenturienta. Por este motivo, me alejaba de ella con sutiliza sin llegar a un distanciamiento que provocara en mis amigos, una inquietud por mi raro comportamiento.

La noche del domingo, última ya, y todos en sendas habitaciones, puesto que saldríamos al día siguiente a la hora del amanecer hacia nuestros hogares y a la vida cotidiana, fui a gozar de un rinconcito agradable detrás del chalet, desde donde se podía vislumbrar un paisaje celeste muy relajante, por lo que había adoptado ese cobijo y hecho ese lugar, un rinconcito propio. Me senté en el suelo y disfruté la noche.

La noche, una noche de verano muy agradable, cálida, transportaba en una brisa acariciante una fragancia de infinidad de olores. Pino, romero, roble, lavanda, lirios, espliego, rosas. Infinidad de perfumes, llegados de todos los lugares de esa sierra tan placida, como del jardín bien cuidado de mis amigos. Nunca entendí cómo no era objeto de vandalismo y robo esta posesión en un lugar tan apartado de toda civilización.

Solo iluminada la noche, por la luz difuminada de las pocas ventanas que expulsaban la luz de su interior y del resplandor tenue de las estrellas, que parecían haberse concentrado en mi campo de visión, llegue a sentir que formaba parte de ese cosmos tan definido, donde desde ese lugar, me sentía tan pequeño ante la inmensidad del marco que podía admirar, pero a la vez tan grande como la misma esencia de la creación.

La luna se había escondido en su fase nueva para que pudiera sentir con mayor fuerza dicha inmensidad.

De pronto rompiendo mis meditaciones, sentí, como Yaiza se acercó hacia mí y sin decir palabra alguna se sentó a mi lado. Como si supiera en qué estaba imbuido, se quedó mirando ese trazo de universo.

Rasgando el silencio que no se había roto con su llegada, me dijo – Oscar. – Este es mi nombre. – Mis padres duermen. – Eso ya lo sabía porque nos habíamos dado las buenas noches antes de salir de la casa, por lo que entendí que debería estar alerta a las palabras, acciones, o cualquier otro hecho palpable o escondido de mi jovencita amiga, debido a que la sentía como felina acechando a su presa antes de capturarla con sus fuertes instintos de animal salvaje.

Le comenté. – Ya sé que tus papis duermen. Por eso, por mi falta de sueño, me salí de la casa para sentir la paz de la noche. Como hacía tiempo que fuiste a tu habitación te creí dormida y aproveché el que estaba solo para gozar de esta noche tan agradable.

Ella me miró con sus grandes ojos, que en esa oscuridad rota por la iluminación etérea que llegaba hasta el lugar donde nos encontrábamos, los sentía aún más profundos, más hipnotizantes, con un brillo que desbordaba incluso al brillo de los luceros de la noche.

Me respondió a mi comentario. – Está muy feo que no te hayas asegurado de si estaba ya dormida o aún despierta. Sabes que me gusta recibir las buenas noches de papi, mami y por supuesto las tuyas. Debiste ir a mi habitación como hicieron mis padres y haberte asegurado de si dormía o estaba despierta. O………. , ¿te da miedo entrar en mi habitación a pesar de la confianza que tenemos, ya que me conoces desde que llevaba pañales?.

Yaiza me tuteaba desde muy jovencita. Siempre me había llamado por mi nombre y desde muy temprana edad me había considerado un amigo suyo en vez de verme como un amigo de sus padres, por lo que en nuestras conversaciones, el rasgo más importante de ellas, fue siempre la afinidad entre dos personas independientemente de las edades que nos separaban. Tanto igual a una generación.

Mirándola con fijeza a sus ojos le espeté. – No creo que sea muy oportuno entrar en la habitación de una jovencita. No se si te habrás dado cuenta que ya no eres la niña que tantas veces he tenido encima de mis piernas. A la que subía y bajaba porque te gustaba jugar a los caballitos, tanto que llegabas a cansarlas hasta el punto de dejarlas dormidas, por tu insistencia de niña mal criada a la que siempre he consentido tanto como deseaba.

Ahora ya no eres una niña, eres una jovencita y en primer lugar por respeto a ti, porque sabes que te quiero mucho, ya que te conozco desde que naciste no debo entrar en la intimidad de tu cuarto. Segundo, por respeto a tus padres que no verían con buenos ojos el que entrara en tu habitación, y con toda la razón del mundo se sentirían ofendidos porque en el dormitorio de cada uno solemos estar acomodados. Como sabes que es cierto, andas siempre en braguitas. Especificando, en minúsculo tanguita, y una pequeña camiseta. Tercero, por respeto a mí ya que tengo la edad de tus papis y te veo como a una "joven jovencita" que vas camino a ser mujer y no deseo dar oportunidad a mente alguna, para que piense que mi intención es aprovecharme de tu intimidad. No sería de hombre, entrar en el espacio de tu habitación, incluso si estuvieras vestida con hábito de monja de clausura, porque hay que guardar siempre unas composturas, aunque no haya nada de malo en todo ello puesto que como dices te conozco desde que naciste.

Ella me seguía mirando con esos ojos tan enormes. De color marrón oscuro. De pestañas perfiladas y que le embellecían aún mas esos ojos, enmarcados con unas cejas depiladas con tanto estilismo, que en su conjunto creaba el prototipo de la belleza en los portadores del sentido de la vista. Por mucho que gesticulara con ellos, la impresión se mantenía constantemente. Por ellos absorbía el propio mundo.

Con voz muy tierna y a la vez autoritaria me dijo. – Soy mayor de edad. No quiero que vuelvas a llamarme jovencita y tampoco quiero que me veas como una niña o la adolescente que ya hace años quedó en el pasado. Soy Yaiza. Una mujer. Te da miedo reconocerlo porque en mí sigues viendo a la hija de tus mejores amigos y por un respeto que sinceramente admiro, pero no comparto, sigues tratándome como lo sigues haciendo, a pesar que estoy segura, cuando me miras, el calor del deseo te recorre todo tu cuerpo. ¡Oscar, por favor!, no soy boba y me he dado cuenta de cómo me miras, hasta el punto que en ciertos momentos me siento devorada por tus ojos.

De pronto calló y un silencio grande nos invadió. No sabía que decirle, ni cómo reaccionar ante sus palabras y sus gestos. Sabía, porque lo intuía ya desde hace tiempo, que quería atraparme en sus encantos y yo no deseaba que eso sucediera, aunque debía reconocer que tenía razón . Ya no era aquella niña de antaño, sino una preciosa mujer, bella, sensual y que incitaba a ser deseada por su valor de mujer.

Pasado un corto instante le diserté. – Cariño. Aún no tienes veinte años y yo cuarenta y ocho. Eres la hija como bien has dicho de mis mejores amigos. Esto me hace prohibirme el verte como quieres que te vea. Llevas razón cuando dices que eres una mujer y no una adolescente y que tengo que hacer esfuerzos para no quedarme embobado cuando siento tu feminidad o cuando entreveo tus encantos de mujer. Por esto mismo prefiero retraerme de las situaciones que pudieran llevarme a tener pensamientos de deseo, porque sería faltar el respeto como te he dicho, a tus padres, a mí y máxime a ti misma.

Sin dar tiempo a que se esfumara el sonido de mis últimas palabras me razonó. – Quiero que entiendas que tengo una vida independiente de mis padres. Aunque viva con ellos por la imposibilidad de comprarme un piso o una casa para hacer mi vida. Mi trabajo no me da para poder independizarme. Sabes que si los alquileres fueran más bajos haría tiempo que habría salido de casa, pero para compartirlo con otras personas, prefiero vivir en casa de mis padres.

Advierte que decido cómo quiero que sea mi vida, y por supuesto, soy libre para elegir a mis amigos, amantes, novios o cualquier tipo de relación. A ti te quiero más allá de una simple amistad y me llamas mucho la atención como hombre. Hace tiempo que dejé de ser virgen y mi sexualidad la vivo lo más intensamente que me es posible con los hombres que yo elijo. Por lo cual, olvida las deferencias por mis padres que no controlan mi vida y como te especifico, tengo libertad para poder decidir con quien quiero compartir.

Se quedo de nuevo callada, como queriendo que asimilara sus palabras y muy atenta a mí, como intentando analizarme.

Siguió apuntándome. – He de reconocer que me gustas mucho y desde hace mucho tiempo te veo como a un ser que me vuelve loca y encuentro en ti al prototipo de hombre que me aturde porque reúnes madurez, atractivo y un no se qué, que no puedo definir, y me provoca buscarte para enredarte en mis brazos y que me hagas tuya.

Yaiza me miró con una mirada indefinida pero con una sonrisa cargada de un punto que me hacía sospechar que algo fuerte tramaba.

Se levantó, se puso frente a mí y a pesar de la oscuridad de la noche, como si las claridades que resurgían del entorno se adaptaran a los movimientos de ella y la reverberaran de esa penumbra, pude ver su figura con una nitidez palpable.

Cuando se aseguró que tenía toda mi atención sobre ella, con sus manos fue viajando por todo su cuerpo. Seguía cada una de sus curvas. Transitaba su cuerpo mostrando sus volúmenes.

Me quedé como petrificado, sin palabra, sin forma de salir de aquella situación y como totalmente sugestionado seguí sus movimientos que me perturbaron muy agradablemente a mi pesar.

Sus dedos acariciaron sus labios que se humedecían según se los adulaba. Sus pechos se tensaron cuando los envolvió con sus palmas y sus pezones se notaban a través de su fina camiseta exaltados al notar ese roce. Fue recorriéndolos y marcándolos para que pudiera observar su redondez y su forma aún escondidos tras su prenda. Recorrió su cadera y marcó en un suave movimiento la forma de sus glúteos que ya de por sí estaban marcados por el estrecho pantaloncito corto que dibujaba su tapada desnudez.

Como ella notaba que estaba totalmente abducido por sus sugerencias, y marcando su sonrisa con una apología de su autoerotismo, se quitó su camiseta dejando libres unos pechos tersos, enaltecidos por su juventud, con una tez brillante y un color de piel clara que rehuía de los rayos del sol. Ni pequeños ni grandes, puesto que su talla noventa le daba unas proporciones que invitaba ir hacia ellos. Su aureola sonrosada y amplia, creaba el cerco perfecto a su pezón de tonalidad más oscura, y estos, en una erección causada por sus caricias, lo pronunciaban en su pequeñez a resurgir como montaña elevada sobre montaña.

Se puso de espaldas a mí y se desprendió de su pantaloncito. Dejó frente a mis ojos expectativos, sus glúteos que configuraban unas nalgas tan absorbentes que me incitaban a tener millones de pensamientos en fracciones de segundo. Su culete abombado, generoso, proporcionado, apretado, bien definido, muy femenino, muy sensual, reflejaba una esencia de sensación ávida por llevarme a la sensitividad que me transportaba a perderme en el mundo de la tentación. Un tatuaje en la cadera derecha, los símbolos del equilibrio del Yim y el Yam, creaba ese punto de arte al propio arte que era ya en sí su propio cuerpo.

Fijándome en su espalda tan excelsa como todo el resto de su cuerpo, distinguí en su omoplato izquierdo otro tatuaje representando al diablo y en el derecho a un ángel. Con estos dibujos tan peculiares, me estaba indicando de una manera tan sutilmente indirecta, que su personalidad era tan propia, tan de ella misma, que nadie podía inmiscuirse en sus decisiones y que ella satisfacía sus propios laudos.

Siguiendo en silencio, sin perturbar con sonidos ese momento en el que deseaba descubrirse para que contemplara en toda su divinidad su cuerpo, se puso frente a mí y abriendo las piernas para que desde mi posición pudiera ver su vulva, fijó sus ojos en mis ojos para saber lo que me estaba transmitiendo y recoger en mi contemplación los resultados de su suave cultivo sicalíptico.

Mis ojos no podían dejarla de mirar. La contemplaba exhausto por tanta belleza incipiente descubierta de su cuerpo y que seguía dejándome conocer. Todos mis sentidos se concentraban en su piel sin percibir nada que no fuera ella misma.

Su sexo tenía el pubis adornado con un vello recortado pero no desestimado como por norma general la mayoría de mujeres por higiene los rasuraban totalmente. El triángulo pélvico, con la forma que su tanguita ocultaba, de color moreno fuerte, por su cantidad de pelo que se concentraba en ese espacio de follaje, indicaba el camino para llegar a la gruta, que Eros definía, como entrada al paraíso carnal.

Me llevó a ver sus labios vaginales salientes y ondulados, que cerraban como puerta, el paso a ese lugar que imaginaba tan dulce, y con una humedad, que se acrecentaba por la fluidez de sus arroyos interiores, los cuales se desbordarían con frecuencia por la energía de su propia sexualidad.

Como leyendo mis pensamientos, acarició su zona vaginal con una lentitud exagerada. Abrió sus labios para que pudiera observar el color sonrosado de sus paredes y la humedad muy visible a pesar de la tenue luz , que brotaba de sus profundidades.

Quedé embelesado en su zona genital y fue el imperceptible destello de un pequeño brillante que había perforado su ombligo, el que me sacó de esa fijación sobre la vagina de mi joven amiga.

Cuando supo que me había transmitido todos sus encantos, se volvió a cubrir y sin decir palabra alguna se sentó de nuevo a mi lado. Me hizo un signo para que no hablara, poniendo un dedo en sus labios. Se acercó a los míos. Me besó con un beso tierno, suave, simplemente labios con labios. Apoyó su cabeza en mi hombro y tomando mi mano con la suya, estuvimos un rato impreciso contemplando ese cielo estrellado.

Si Yaiza, en ese momento hubiera deseado poseerme, solo le habría bastado tomarme a su antojo ya que estaba totalmente entregado y mi mente no podía resistirse a tantos encantos que me habían excitado sobremanera. Pero en conciencia no lo hizo. Debió desear que fuera yo el que la buscara sin ella persuadirme.

Percibía que Yaiza deseaba que asimilara todo lo que había podido contemplar en ella. Sabía que intentaba crearme una fase de meditación para que liberara barreras y como punto de inflexión, tomara ese momento como un nuevo encauce de nuestra amistad. Sabía que pretendía no la contemplara como la hija de mis amigos, sino como la mujer que era, y con una idiosincrasia muy propia, a la cual tratar independientemente de la afectividad que había hasta ese momento.

Al cabo de unos minutos, le di las buenas noches. Fui a mi habitación porque sabía que el silencio nos podía sumergir en una fase de ensoñación donde se romperían los esquemas que yo quería perduraran a pesar de los lapsos momentáneos que había tenido. Con su desnudez me había instado a mostrarle mi realidad. La veía como mujer. Sus encantos me llevaban a la excitación y ella la apreció, porque pudo percibir la incontrolada erección bajo mis pantalones. Sinceramente no quise ser hipócrita para ocultarla y aseguraría que eso la indujo a seguir en su acción de mostrar que era una verdadera mujer.

Pero ………. por mucho que la deseara imperaba el raciocinio de entender la diferencia de edades y que era la hija de mis amigos, por lo cual a pesar de ese momento tan mágico que me trastocó todos mis rectos pensamientos, mi sensatez me sacó de ese letargo tan apasionado, llevándome a la verdadera cordura y mi intención siguió siendo la de alejarme de todo acercamiento que no fuera pura amistad.

Ya en mi cama cerré los ojos. Me dormí. No recuerdo cuales fueron mis sueños, pero estaba seguro que Yaiza había sido el centro de varios de ellos en esa noche que daba por terminado el fin de semana en compañía de mis amigos.

II

Al sábado siguiente, fui a tomar un café sobre las nueve y media de la mañana a una cafetería ya habitual en mis costumbres, donde además de tomar un buen café, el ambiente era muy agradable. Como fondo siempre tenían el canal de los cuarenta principales de la radio con lo mejor de la música del momento.

La iluminación era tan amable que ya se deseara charlar con alguien, se pretendiera leer el periódico o simplemente contemplar el barullo de la gente que utilizaba esa cafetería, esa claridad tanto de sus cristaleras como de la luz artificial, creaban un entorno perfecto para sentirse muy cómodo.

Tenía un espacio muy amplio de forma rectangular donde la barra que ocupaba un tercio del total se situaba en el centro. A ambos lados había dispuestas mesas con cuatro sillas de madera de roble repujadas, donde las personas que disfrutaban de esa cafetería pudieran tener un espacio preciso.

Estando en un extremo de la barra, distinguí en una de las mesas del fondo a Yaiza y a una amiga común a ambos.

Yaris, esta amiga, a pesar de su edad puesto que contaba ya treinta y siete años, desde el mismo día que la presenté a Yaiza, debido a que era una amiga mía de ya hacía varios años, se habían compenetrado tan sumamente bien, y compartían tantas aficiones, que se gozaban como verdaderas amigas. Ambas tenían distintas amistades pero no se sentían condicionadas para no pasar mucho tiempo juntas.

Se las veía juntas jugando al squash o al bádminton. Cuando les daba el gusto por el arte literario, escribían poemas, relatos, pensamientos e intercambiaban impresiones. Les gustaba ir de compras para que la otra diera su opinión y lo que más las hacía tan afines, era su amor por el cine, por el cual, veían juntas al menos una película a la semana.

Más de una noche determinaban desmelenarse e iban a bailar y no había noche que salieran de fiesta que no ligaran.

Al igual que Yaiza, Yaris no tenía pareja, ni novio, ni alma con la que se hubiera inmiscuido compartiendo vida. Sabía, porque todo se conoce a través de los comentarios que se suelen hacer, ya sea de forma directa o indirectamente, ambas disfrutaban con el coqueteo, con la provocación, con el erotismo, mantenían relaciones esporádicas con hombres y nunca de compromiso.

Me acerqué a saludarlas y me invitaron a tomar asiento con ellas.

Me comentaron que estaban intercambiando el último relato que habían escrito y me ofrecieron ojearlos. Con gusto los leí ya que no eran muy extensos.

Me quedé fascinado al leer el relato de Yaris por su forma sutil al tratar su historia, donde con una gran calidad poética, narraba cómo una pareja después de conocerse en una discoteca acabaron en la cama haciendo el amor. Imaginé que fue una de sus aventuras.

Cuando leí el de Yaiza, no pude evitar se me erizaran todos los bellos del cuerpo. Narraba en una historia muy bien relatada nuestro momento de la noche del domingo pasado, donde había añadido para darle cuerpo al texto, como tomado de un pensamiento, lo que me había perdido al no aceptarla en el plano íntimo, describiendo cómo hubiéramos hecho el amor y las fantasías que ella tenia preparadas para mí.

Cuando levanté los ojos del relato de Yaiza, me di cuenta que ambas con una sonrisilla en la boca me miraban muy atentamente.

Yaris me indicó. – Me ha contado Yaiza que por mucho que te provocó, te quedaste impasible a la provocación. ¿Tú crees que es normal, que te pongan en bandeja un cuerpo tan espectacular, tan joven, tan deseable y que simplemente te dedicaras como pelele a mirar impasible y después fueras a dormir sabiendo que ella está loquita por gozar de ti?.

Sin saber muy bien lo que iba a decir, le discrepé. – ¿Cómo crees que voy a meterme en la cama con ella cuando por mucho que lo intente, la veo como a la hija jovencita de mis amigos?. No solo es la amistad que me une a sus padres, sino que yo mismo podría ser su padre por edad, y estoy seguro que todo esto es un capricho momentáneo de Yaiza. Si me dejara llevar e hiciéramos el amor, es posible que ella se arrepintiera, y seguro, yo tendría cargo de conciencia.

Riéndose me vaciló lo que acababa de señalar. – ¡ Tu pene no piensa lo mismo ¡. Según me ha contado, te reventaba los pantalones mientras te mostraba su cuerpo.

También riendo, como en complot, intervino Yaiza. – ¡Y no veas cómo marcaba paquete!. Porque no quise echarme encima de él y preferí que fuera él el que me buscara para no parecer una pelandusca, pero si me hubiera sentado en su regazo, me habría perforado hasta las amígdalas.

Ambas, no paraban de reírse e intentando aparentar serenidad, la cual me faltaba totalmente, porque me estaban descuadrando entre las dos, les conversé. – Bueno. Es normal que el pene reaccione ante el cuerpo desnudo de Yaiza, pero eso no significa que los valores que tengo no sean más importantes ………. ¡ y por favor, dejemos ya este tema porque me estoy sintiendo incómodo !.

– ¡Vale Oscar, no te enfades!. – Intentó apaciguar los ánimos Yaris. –Solo estamos bromeando. Pero quiero decirte algo y con esto ya no dialogo más del tema.

Si tu cuerpo ha demostrado que la deseas, ¿porqué no te dejas de inhibiciones y dejas que tu pensamiento responda como tu cuerpo?.

Yaiza es una mujer. Es joven. Pero tanto en el amor como en el sexo has de reconocer que no existen edades.

Sea hija de tus mejores amigos no es un motivo para que no puedas relacionarte con ella en un plan íntimo, ya que tiene su propia vida. Además no serías el primer hombre que se lleva a la cama ni por supuesto el último. Esto te lo hago ver porque nosotras, más de una noche, hemos acabado en las habitaciones de mi casa, con chicos y hombres que hemos conocido en nuestras salidas. Si no comprendes, tú te lo pierde, ya que esta vida es tan sumamente desagradecida, que nos da solo cuatro momentos buenos, y estoy segura que más vale arrepentirse por haber actuado indebidamente, por lo cual, ya habrá tiempo para enmendarse, que arrepentirse de no haber intentado algo que por evidencias, tú mismo estás seguro deseas.

Quiero que asimiles, que ella te ve con ojos de mujer. Se siente muy atraída por ti. No voy a identificar esa atracción como un amor, porque ella entiende es absurdo enamorarse cuando no vivirías con una mujer de su edad, ni ella tampoco se ve, por lo joven que es y sus posibilidades de disfrutar de la vida, hipotecando su libertad. Todavía no quiere obligaciones amorosas, aunque algo hay por esos mundo de Dios que la tiene trastocada. Pero………. por su sentimiento y atracción hacia ti, el cual no es un sentimiento posesivo, desea tenerte al menos una vez, para entregarse y sentir en ti una entrega. Es lo único que desea y por eso aunque ha tratado de provocarte, no ha querido con sus armas de mujer llevarte a la cama. Distingues que si ella hubiera querido, habrías caído en su seducción por mucho que te opusieras. Desea hacerte el amor, pero necesita que sea algo que salga de ti, y si no surge tus ganas hacia ella, ten claro que jamás se entregará. Eres mucho para ella, no un ligue ocasional.

Yaiza no hizo comentario alguno a la disertación de Yaris. Mientras escuchaba, su cara transmutó su alegría de hacía unos minutos en una expresión muy difícil de definir. Una mezcla de tristeza, decepción y resignación.

Se disculpó porque tenía que marcharse y se despidió de nosotros.

Mirando sus ojos, en esa despedida, me dio la impresión en ese mismo momento, que había tomado la decisión de olvidarse de mantener relaciones íntimas conmigo. El enfoque que hizo Yaris de ella hacia mí, fue como desnudar su alma. La dejó pensativa y como rumiando las palabras que Yaris con tanto tacto dejó en el aire para sintetizar sus emociones, dejó su estado de ánimo en un silencio afligido. Se creó en sus ojos un destello acuoso que rubricaba esa impresión que me había parecido advertir en ella, y con un adiós se alejó de nosotros.

Estuvimos media hora más charlando de todo un poco y cuando salimos de la cafetería la acompañé a su casa puesto que vivíamos muy cerca. Ya en la puerta de su portal, me invitó a subir y tomar con ella un café como tantas otras veces me había invitado. Acepté su ofrecimiento ya que no tenía nada mejor que hacer, y sobre todo, porque en ese momento no quería estar solo ya que el recuerdo de Yaiza me tenía apesadumbrado.

Cuando llegamos a su piso, amueblado con gusto, pequeño, pero habiendo aprovechado muy bien los espacios con lo que daba sensación de amplitud, me acomodé en el sillón de costumbre y me pidió que la esperase unos minutos para darse una ducha, ya que había salido a andar unas horas. Solo le había dado tiempo en su regreso a tomar el relato para la cita que había concertado con Yaiza. Ni tan siquiera, porque llegaba tarde a su encuentro, pudo cambiarse de ropa.

Cuando regresó, portaba en una bandeja, dos tazas de café. Las situó encima de la mesa baja de cristal color ámbar y soporte de bronce cuyas patas recordaban el estilismo rococó. Se sentó en la parte opuesta para estar frente a mí y poder charlar cómodamente.

Yaris era una mujer con cabello moreno hasta el hombro. Ahora mojados eran muy sugestivos. Sus ojos marrones y grandes tendían como los de Yaiza a absorber todo lo que se reflejaba en ellos. Su boca, con labios superior fino e inferior algo más grueso proporcionaba una boca que llamaba a besar. Su cara redondeada y su nariz con un volumen que contrastaba con toda su faz, en general todo su conjunto, me producía siempre que la miraba, por sus gestos y expresiones, un algo especial que me atraía enormemente, ya que a través de su semblante podía percibir todo lo que en su mente y alma estaba guardado.

Era muy atractiva. De curvas marcadas. Muy sensual. Siempre había sido una mujer a la que todos los que la habíamos conocido en su juventud, sentimos por ella un interés muy especial, rallante al deseo. Ahora con sus treinta y siete años, su belleza no había perdido ese atractivo desafiante, al contrario, se había añadido la solidez de la hermosura de la madurez.

No tenía ya ese tipo estilizado, sino que tenia sus kilos demás que se acumulaban repartidos, pero su volumen jamás me dio la impresión de obesidad, sino de mujer voluptuosamente rellenita y muy atrayente.

Con Yaris, y un grupo de amigos y amigas, había ido de vacaciones en varias ocasiones a la playa. Conocía su cuerpo, puesto que su bikini, a pesar que la cubría bastante bien sus pechos y su culete, para no dejar marcas blancas en su piel, tomaba el sol cada cierto tiempo, quitándose la pieza de arriba y la inferior la introducía entre sus glúteos a modo de tanguita.

Sus pechos no eran grandes, pero con un volumen tan sugerente que incitaban a desearlos. Su pezón también pequeño como el de Yaiza, estaba cercado por una halo sonrosado oscuro por su tez morena. Siempre que los había contemplado me llamaban a tenerlos presentes porque de siempre me había atraído esta mujer, aunque jamás dejé entrever este deseo. El trato de amistad siempre fue en mí, un motivo imperioso para no mezclar ese aprecio con sensaciones que llegan sin poderse evitar, pero se restringen para que la amistad no pueda enturbiarse. Siempre he pensado que una buena amistad se desvirtúa desde el mismo momento que se mantiene intimidades, ya que el concepto de amistad se rompe por conmociones que abarcan innumerables definiciones arraigadas al deseo.

Su culete, generoso, incitante, con sus glúteos apretados. A simple vista se les admiraba tersos, suaves, sugerentes. Sus muslos configuraban un conjunto atrayente tanto en su unión a los glúteos como al resto de sus piernas. La admiraba como esa amiga de tantos años sin embargo también en silencio la soñaba.

Fue desde siempre muy buena conversadora. Con su gran inteligencia, sabía adaptarse siempre a cualquier tipo de tertulia y en innumerables momentos, pasamos horas y horas charlando. Su capacidad para dialogar y su admirable conocimiento en todo lo que disertábamos me tendía a sentirme atraído por compartir su tiempo en lo campechano e instructivo de nuestros encuentros de los cuales nunca rehuí.

Ya en esa intimidad de su morada, me miró con una contemplación muy distinta a la que habitualmente me tenía acostumbrado. Notaba en sus ojos un centelleo no propio de su forma de mirarme. En vez de su habitualidad dicharachera con la que manejaba el principio de nuestras conversaciones, para llevarme a los temas que deseba tratar, en ese instante, extrañamente, su locuacidad quedo en un silencio como si pretendiera comunicarse solo con la mirada.

Sentada frente a mí, y vestida con una camiseta larga que la llegaba al medio muslo, se movía en el sillón como si se sintiera incómoda y no encontrara la postura adecuada. En cada movimiento, mis ojos no podían evitar mirar sus piernas que al cruzarlas o ir de un lado hacia otro, dejaban ver sus braguitas blancas y me estaba produciendo una sensación erótica mayor que cuando la veía semidesnuda en la playa.

– Oscar. Me interpeló. – Siempre has dicho que eres un hombre sin compromiso. Siempre has ponderado que no tienes que dar explicaciones a nadie de tus actos. El que tuvieras un romance, una aventura o simplemente relaciones esporádicas, aclamaste persistentemente que es solo parte de tu vida de la cual a nadie tienes que dar explicaciones. Me he quedado sorprendida ante la forma de actuar con Yaiza. No me cuadra. Te trato desde hace muchos años y nuestra confianza me ha llevado a conocerte muy bien. Sé, y lo digo por mis conocimientos sobre tus andanzas mujeriles, eres un hombre excesivamente influenciable ante los encantos de las mujeres que te reverberan, y nunca has dejado pasar la oportunidad de llevarte a la cama a cualquiera que se te ha insinuado. No me cuadra que de una manera sutil, en eso estoy de acuerdo, pero tremendamente doliente para Yaiza, no te hayas dejado llevar por ella, y te niegues a darle la satisfacción de tenerte para ella sola, incluso solo fuera breve tiempo. De seguro ese momento le sería muy importante. No eres un hombre al que ame, pero está muy apegada a ti y quiere tenerte en ella.

Respondiendo a su perorata le comenté. – Cariño. Ya he dicho los motivos que tengo para no dejarme llevar por Yaiza. Siento respeto por sus padres y por ella, ya que es muy joven. No quiero anteponer el deseo a la amistad. ¿Puedes entenderme?.

Riéndose suavemente me refutó. – ¡ Oscar, Oscar ……¡. ¿Cuántos años llevamos conociéndonos?. Muchos ya.

También hacia mí, por la amistad que se ha creado entre nosotros, me has mirado con ese cariño de amigo y te has comido tus ganas por gozarme cuando por un motivo u otro te has sentido excitado conmigo.

¿Te crees que no me he dado cuenta cómo te crecía la entrepierna cuando me has visto en un plan provocativo?. Cuando hemos estado de vacaciones ligeritos de ropa. Cuando hemos bailado muy adheridos porque la música aconsejaba estar muy pegaditos. Cuando hemos jugado a picardearnos. Incluso en este momento no puedes dejar de mirarme las piernas y mis braguitas. Estoy segura que si no fueras tan respetuoso por tus cánones en cuanto a la amistad, ya me habrías desnudado, tomado en tus brazos y hecho el amor.

Al igual que Yaiza, después de dejar su descarga de opiniones, callaba para que yo cotejara todo lo que me decía, a la vez que me autoanalizaba.

Sin dejarme responder me preguntó. – ¿También a mí me evitarías si fuera yo la que me insinuara ahora, en este momento, para provocarte y con ganas de llevarte a la cama, por el simple hecho de mirarme como una íntima amiga?.

Se levantó y acercándose con gran suntuosidad me dijo. – ¡Si no fueras tan condenadamente guapo no estaríamos locas por tus huesos!.

Como Yaiza hizo en su momento, puso su dedo en sus labios para significarme que no dijera nada.

Se subió la camiseta por encima de la cintura y abriéndose de piernas se sentó en las mías. Rodeó con sus brazos mi cuello y me apretó contra su pecho. Mi cara quedó en sus senos hundiéndose en ellos. Me cogió tan de sorpresa, fue un golpe de adrenalina tan grande, que mi sangre se revolucionó.

Mi pene, comprimido bajo mi ropa, y con la presión del peso del culete de Yaris, gritaba el querer salir, expandirse, ya que la excitación fue ganando mi conciencia y necesitaba dejar de sentirse oprimido.

Notó que la erección era un hecho y como si hubiera leído mi pensamiento, se echó hacia atrás. Desencintó mi cinturón, desabrochó el botón y bajó la cremallera. Metió la mano por dentro de mis calzoncillos y con suave caricia sacó mi miembro que al sentirse libre, como resorte, se puso mirando al cielo.

Me dijo en un susurro me dejara hacer. No me resistiera. Solamente gozara de ese instante.

Desprendió mi camisa y se entretuvo unos minutos, besándome, acariciándome mi cabello, mi cara, mi pecho.

Se levantó y arrodillándose me retiró el pantalón, los calzoncillos calcetines y zapatos. Acercó su boca a mi sexo ya altivo y como si necesitara lamerme porque en ello le fuera la vida, creó un ritmo en sus movimientos tan grande, que con la presión sobre mi glande me temía acelerara el orgasmo muy prematuramente. Le retiré la cabeza y le dije que fuera con tranquilidad. Con una sonrisa, asintió con la cabeza. Se levantó. Me tomó de la mano y me llevó a su dormitorio. Ya en él, y sin retirar la colcha de la cama, me tumbó. Desprendiéndose de sus chancletas, camiseta y sus braguitas, única ropa que la cubría volvió a tomar mi glande entre sus labios, pero ahora dejó en los míos su vagina, para que yo también pudiera lamerla y disfrutar del banquete que era su sexo abierto y jugoso.

Sus labios vaginales de una tez oscura, muy inspiradores se abrían dejándome paso para que mi lengua bebiera sus flujos cada vez mas cuantiosos. Su clítoris erecto y colmado de sangre, al acariciarlo con la lengua, morderlo suavemente con mis dientes y presionándolo con mis labios, le generaba pequeños estremecimientos.

Debía de sentirse muy excitada y debía estar ansiosa por hacer el amor de forma brusca y el orgasmo llegara lo antes posible, porque como enloquecida, se puso encima, metiendo mi miembro dentro de su rendija y de forma exageradamente acelerada, casi violenta, con movimientos vertiginosos, movía su culo para que mi pene entrara y saliera a un ritmo muy activo. En un brevísimo tiempo, entre jadeos y respiración muy alterada, me pedía que me derramara en el interior de su vulva porque ya se iba a romper por dentro.

Entre gritos, exagerados gritos, le llegó el orgasmo que estremeció su cuerpo y con esa energía con la que sus paredes vaginales me exprimían, mi semen salió disparado hacia sus entrañas. Debe ser que sintiendo me vaciaba con ella, sintió un multiorgasmo o su éxtasis se extendió, porque sus temblores se prolongaron aún después de haber eyaculado la última gota de semen.

Cuando la relajación llegó tras la bravura del acto, se dejó caer encima de mi pecho y besándome y acariciándome como queriendo seguir teniendo conciencia que era una realidad y no un sueño lo que estaba pasando, me dijo en un susurro casi imperceptible. – ¡No sabes las ganas que tenía de que fueras mío, condenado cabrón¡. Ha tenido que ser Yaiza la que pusiera el camino para me echaras un polvo. ¿Te sientes ahora con cargo de conciencia por haberme follado?. ¿No me digas que no te has corrido con ganas y ahora te arrepientes de no haberme jodido mucho antes?.

Me entró la risa por sus preguntas, ya que sus palabras estaban tan cargadas de satisfacción, como el que logra encumbrar un alta montaña. Entre risas le murmuré que era cierto lo que decía y la había deseado desde siempre.

Como no pudimos dejar de acariciarnos, besarnos, ronronearnos, estimularnos, mi cuerpo al poco se volvió a despertar y Yaris, que era una mujer ardiente, al notar que mi miembro se volvía a poner erecto, con una sonrisa picarona me dijo. – ¡Vaya, vaya cabroncete, parece que le has cogido el gusto a fallarme y ya tienes ganas de volver a meterla!. Dame unos minutos que tengo ganas de mear y me limpio el coño para que puedas volver a comértelo.

Le dije que también yo iría al baño y la acompañé.

Ya en el cuarto de baño, me dijo jugueteando, deseaba ayudarme a mear y que la dejara coger mi pene para dirigir el chorrete. La consentí y entre risas porque me temía que no apuntara bien a la taza, fuimos bromeando. ¡Sí, tuvo buen tino¡. Al terminar se sentó ella.

No era amigo de la lluvia dorada, porque siempre he creído que era antihigiénico, pero verla sentada en el retrete me lleva hacia una provocación para la vista por lo que le pedí abriera las piernas y poderla observar. Jamás había tenido ocasión de ver a una mujer en semejante situación y mi cara debió tomar un gesto sumamente gracioso, porque se reía mientras iba evacuando su vejiga. Cuando se iba a secar le sugerí que me dejara a mí que la aseara, y para ello entrara conmigo dentro de la ducha.

Abriendo el agua caliente y dirigiendo la alcachofa de la ducha al centro mismo de la bañera, nos colocamos ambos bajo el agua y cuando estuvimos cubiertos con el elemento acuoso, cerré su salida.

Tome en mis manos una magna cantidad de champú de extractos de vainilla, cuyo aroma me fascinaba, y comencé desde la mejilla, a enjabonarla. Cada caricia de mis manos impregnadas de gel, le producía una satisfacción que se reflejaba en su cara.

En su cuello, donde encontré una gran sensibilidad, me entretuve lo suficiente para que además de producirle sensaciones estimulantes, masajear sus cervicales y así proporcionarle relajación.

La puse de espaldas a mí y fui enjabonándosela. Mi intención además de refrescarla, era buscar sus zonas erógenas e insistía en cada centímetro de piel para notar sus reacciones, por lo que al llegar a cada una de ellas, buscando movimientos circulares y presionando lo suficiente para que notara mis manos, irla preparando para que volviera a arder de deseo.

Cuando llegue a sus nalgas, metí la mano entre ellas y al frotar el orificio del ano noté como ese frotamiento le hacía moverse, ya que con cada roce en esa abertura apretada, sentía sensaciones que le agradaban. Aprecié que relajaba el esfínter para que entrara y aunque no quise penetrarla con mi dedo, ya que estaba cubierto de jabón y no quería le pudiera irritar su interior, la apreté para que notara la presión y se sintiera invadida en su trasero.

Seguí enjabonándola hasta los pies y seguidamente volviéndola frente a mí hice lo mismo con su parte frontal.

Al ganar sus pechos, sus pezones se pusieron duros como roca al sentir las caricias jabonosas de mis dedos. Su aureola se había expandido de tal forma que su tersura estiraba los bordes que se unían al pezón por lo que estaba evidenciando que mis manos le proporcionaban corrientes que la transcurrían.

Al alcanzar su vagina, suave como la de una bebé ya que estaba rasurada a conciencia, froté sus labios cuya textura se iba expandiendo según la friccionaba. Su clítoris estaba totalmente encendido. Cargado de todo el riego sanguíneo que era capaz de soportar. Con cada roce un gemido salía de su boca invocando las sensaciones que estaba concibiendo. No quise tampoco introducir mis dedos jabonosos dentro de su vagina por si pudiera ese gel irritarla, por lo que superficialmente fui espumando, dejándola limpia y fresca donde su emergente flujo por la excitación y los restos de semen salían al exterior.

Abrí de nuevo la corriente de agua y le retiré de cada uno de sus poros, la espuma que le había cedido. Al llegar a su entre pierna, con el agua corriendo entre ella, introduje dos dedos para con el agua que la surcaba, limpiar los restos que pudieran quedar dentro de ella. Al sentirse penetrada, se estiraba de gozo por lo cual agachándome, mi lengua quiso ayudar a crear mayor estimulación y arengó en su clítoris el cual estaba cada segundo más altivo y su hendidura más lubricada.

Me alcé y la besé. Su boca me quería comer. Ya no controlaba puesto que era la pasión la que la controlaba a ella. Se agachó y tomando mi glande entre sus labios, los absorbió, chupando con una presión que producía la sensación que me lo iba a desprender del pene. Mientras absorbía, sus manos no dejaban de acariciar mis testículos, mis glúteos y mis muslos.

Sabía cómo crear una felación vivificante. Sabía cómo erigir ritmos y presiones para que los puntos nerviosos se enardecieran.

La elevé porque la veía muy entusiasmada con mi órgano en su boca. Le dije pusiera sus manos en la pared y abriendo las piernas, pusiera el trasero en pompa. En esa postura, la penetré. Me permitía esa posición acariciarle la espalda, sus glúteos, sus senos, su clítoris, su pelo, su cuello, prácticamente todo su cuerpo, en un contoneo en el que ambos estábamos amoldados. Podíamos disfrutarnos con el contacto piel con piel.

En uno de esos recorridos de mis manos por su cuerpo, mi dedo anular acarició el orificio de su esfínter y como el agua no dejaba de correr sobre nuestros cuerpos, lo dejé entrar un poco en sus adentros. Al notar ese intrusismo en su ano me dijo. – ¡Oscar, sí, penétrame por los dos lados, quiero sentirte en mis dos agujeros!.

La consentí y según entraba mi falo en su vagina, introduje en su agujero del culete primero un dedo y después dos, penetrándola a un mismo ritmo por sus dos orificios.

Yaris estaba totalmente entregada. Solo salía de su garganta jadeos y sin previo aviso, con sus exagerados gritos al llegar al orgasmo, culminó moviendo sus caderas al compás mío hasta que extenuada se quedó quieta intentando no perder el equilibrio, debido, como ella definió posteriormente, había sentido un orgasmo brutal.

Cuando ya se había calmado, me dijo que la dejara a ella sacarme mis jugos. Deseaba notar en su boca el momento de mi eyaculación. Se arrodilló y con su peculiar manera de apresarla, no tardó en provocarme mi desbordamiento. Mi simiente salió disparada dentro de su boca y su lengua para frenar la salida, acariciaba la punta del glande, por lo que la sensación que me produjo con tanta variedad de roces, fue la de sentirme flotando en el placer.

Con una sonrisilla se levantó y abriendo la boca, fue dejando caer mi leche por su barbilla que fue bajando hacia sus pechos recorriéndola. Cuando ya había escupido todo mi semen y enseñándome la boca que estaba vacía, me besó abrazándose muy fuerte mientras el agua no dejaba de correr por encima de nosotros.

Nos volvimos a duchar y sin secarnos fuimos de nuevo a la cama donde abrazados nos hablábamos en susurro. Estuvimos mucho tiempo así hasta que nos vestimos.

Al despedirnos con un beso suave de nuestros labios, entregándome unos cuadernillos, me habló. – Sin querer volver a hablarte de Yaiza porque ya te noté muy incómodo, pero por nuestra amistad, lee todos estos relatos que ella me ha regalado y conócela un poco más. Cada relato es una experiencia suya. Todo ha sucedido. Todo es real. Enmascarado con personajes de ficción. Son algunas de sus vivencias. Seguro, al terminar de leerlos, no podrás volver a tratarla como a una niña, ni como la hija de tus mejores amigos, sino como a la mujer que es. Ardiente, fantasiosa, fogosa y muy pasional. Piénsatelo. Sé que la deseas tanto como me has deseado a mí. Sé tú mismo.

III

Había pasado otra semana desde que vi por última vez a Yaiza y había leído varias veces los relatos eróticos que Yaris me había entregado. Con cada uno de ellos me sentía más sorprendido y atraído por lo que estaba desenmascarando de mi jovencísima Yaiza. Con cada lectura, encontraba algo nuevo y descubría que era una mujer con una inmensidad desmesurada de actividad sexual, con infinidad de facetas e innumerables opciones.

Así, pude evidenciar que sentía una atracción a la sumisión. Un placer que la embriagaba al ser sometida por su amo para que la tratara como si fuera una auténtica posesión.

Pude entender por los signos de su literatura, que no admitía que dejaran marcas en su piel y menos que la hicieran sangrar. No sentía atracción por la cera derretida ni que su amo quisiera jugar con objetos dentro de su vagina y ano, como pudieran ser globos llenos de aire o agua, aunque mi impresión era que no se refería a los juguetes eróticos, que imagino son excitantes para ella. Solo permitía su lengua, sus dedos o su verga. Tampoco accedía a que ejercitara con ella juegos de lluvia dorada ni como ella lo definía, actos antihigiénicos y sucios.

Pero mi jovencísima amiga, sentía un enorme sugestión por que la dominaran y como ritual que se ha de hacer para llegar al máximo de esas expresiones, gozaba cuando le fustigaban, le abofeteaban la cara o le daban palmadas fuertes y sonoras en sus glúteos. También le encantaba que le mordiera y pellizcaran los pezones, los labios vaginales y el clítoris. Ese dolor la excitaba y junto a la excitación por ser dominada, el dolor se convertía en placer.

Saboreaba el que le ordenaran, y que dieran rienda suelta a los caprichos que pudiera fantasear. Así la habían obligado a ir sin braguitas, a que fuera atada, amordazada e inmovilizada para no pudiera revolverse. Llevada a lugares que no conocía con los ojos vendados y entregada a otros hombres, lo cual, sentía como un regalo de su amo por ser el centro de deseo de varios amantes.

La encantaba que su amo la diera a sus amigos para que tuvieran relaciones sexuales con ella y disfrutaba viendo cómo la miraba, mientras los otros la gozaban, aunque también tenía unos límites cuando tenía sexo grupal y era que no permitía que ningún hombre eyaculara en su boca, a no ser que fuera su propio amo, del cual, recibir el semen y a su orden, era crear un rito. Le encantaba el esperma de su amo y lo degustaba como manjar exquisito tragándose hasta la última partícula.

En otros relatos, se mostraba muy atraída por otras mujeres, donde la feminidad era un postulado para sus innatas fantasías. Disfrutaba con el cuerpo de un tipo de mujer. Se sentía tan atraída por la fémina como por el varón y su carácter dulce y apasionado se yuxtaponía a un total en la relación con una persona de su propio sexo.

Entre otras y otras experiencias, comparándome con ella y a pesar de mi avanzada edad, podía asegurar que ella había vivido en menos tiempo, una enorme cantidad de situaciones que yo aún no había vivido.

Otra de las experiencias vividas por mi jovencísima amiga, era que mantenía una relación con un hombre casi veinte años mayor que ella. Militar. Casado y con hijos. Lejano de donde ella vivía. Un amor que jamás sería consumado aunque si disfrutado.

Como él era un hombre casado y adoraba a sus hijos, sabía que jamás abandonaría su vida familiar, por lo que, y debido a que siempre le dijo que ella era lo máximo que había conocido, le tenía impuesto la norma drástica y no alterable, que lo compartiría con su esposa ya que lo había aceptado así desde el principio, pero que ni en pensamiento ni en obra, aceptaba el que tuviera trato con otra mujer. Como él no quería acabar con su matrimonio y sabiendo la total imposibilidad de formar un hogar junto a él, ella, siempre y cuando lo deseara, tendría como realmente estaba teniendo, los encuentros, deslices y amantes que anhelara.

Estaba fascinado con Yaiza. Era una mujer tan variopinta y estaba tan sorprendido de sus tan diferentes modos de vivir sus interioridades, que desde ese momento comencé a sentirla como una mujer independiente al concepto tan arraigado que había tenido sobre ella, hasta el mismo momento de leer todos aquellos relatos eróticos.

Meditando, recordando especialmente la noche del domingo en su chalet, me acordé de las palabras de Yaris. Realmente Yaiza era una mujer, ardiente, fogosa, lasciva, fantasiosa, deseosa, muy libre y totalmente independiente a la hija de mis amigos que yo veía como niña.

Dejé los pensamientos que me habían surcado y diciéndome que aunque en esos momentos no tendría censuras en mantener un contacto íntimo con ella, la expresión de Yaiza al salir de la cafetería donde la había hallado con Yaris, me gritaba con gran sonoridad, que había pasado la oportunidad de poder gozarla. Había herido su sensibilidad de mujer y eso tenía sus connotaciones. Dejé de lado todos esos pensamientos y me obligué a no volver a pensar en la Yaiza real de sus relatos y me condicioné, porque ya no creía hubiera otra forma de verla, a seguir tomándola como la "joven jovencita" hija de mis mejores amigos.

Al día siguiente, domingo, día que se esperaba radiante y con una temperatura tan agradable en esos momentos, que invitaba salir a hacer unos kilómetros de carrera, me levanté muy temprano y sobre las siete de la mañana, con la alborada expandiéndose, opté por disfrutar del aire libre y hacer un poco de deporte.

Esa mañana y sin desear forzarme, opté por hacer una carrera suave por unos parajes ya habituales para mí. Sentir el contacto de la naturaleza con la que me impregnaba tanto podía, liberaba todo lo negativo que pudiera adherirse en mi mente en el continuo día a día.

Salí de casa y me dirigí hacia la hoz del río Jucar. Tomé su lado derecho mirándolo según se deslizaba y entre caminos de tierra quise seguir el cauce a contra corriente. La arbolada, los arbustos, toda esa vegetación tan característica de la rivera de nuestro río, me llenaba de energía para desear además de recorrer ese paraje natural, absorber todo lo que a mis sentidos llegaba con cada paso.

Recorrí cinco kilómetros de ida, por lo que no queriendo obligar mi cuerpo, ya que deseaba disfrutar de el entorno sin notar agotamiento, decidí volver.

Cuando había deshecho unos tres kilómetros de camino, una figura femenina se dirigía hacía mí a un paso rítmico.

El camino que yo tenía por costumbre recorrer, era una de las muchas rutas que gustábamos para hacer carrera, y era muy habitual el ver personas ejercitando los músculos corriendo o simplemente de paseo.

Según se acercaba esa figura, mi cuerpo dio un vuelco que me estremeció. Percibí que la que venía hacia mí era Yaiza.

¡Dios!. Era la misma de siempre, pero después de haber leído y releído sus relatos, mi forma de percibirla había cambiado tan drásticamente, que incluso el simple gesto de mirarle los ojos, me causaba una extraña reacción que estaba seguro se notaba en cada uno de mis gestos y tonos de voz.

Hola Yaiza. ¿También has madrugado para hacer deporte?.

Como todos los domingos.

Vaya forma tonta de saludar a Yaiza. Conocía sus hábitos y esa pregunta capciosa solo indicaba que su presencia me había trastocado hasta el punto de no saber como dirigirme a ella.

Me dijo con una voz entrecortada por el esfuerzo de la carrera, pero con una sonrisa en esa boca tan exclusiva. – Por lo que veo, mucho más has madrugado tú que ya estás de vuelta. Deberíamos quedar un día y hacer el camino juntos. Me gusta correr acompañada.

Mi mente debo reconocer que es perversa y a toda palabra le busco un doble sentido, por lo que al oírla decir que le gusta correr acompañada, me vino como en un flash, la definición de orgasmo en vez de carrera, a la que Yaiza se refería. Una sonrisa disimulada impregnó mis labios e intenté concentrarme en la charla que estábamos manteniendo. Le pregunté. – ¿Cuantos kilómetros quieres recorrer?. Si no son muchos puedo acompañarte. La verdad es que hoy he salido más que a correr a dar un paseo y no me he forzado mucho, por lo que si quieres y no es una exageración lo que tengas previsto avanzar, me gustaría acompañarte.

Con la misma sonrisa tan bella con la que me había saludado me propuso, – cariño, decide tú hasta donde quieres llegar y damos la vuelta cuando lo desees.

Terminada la última palabra salió corriendo dejándome estático en el lugar donde nos habíamos parado y con una risilla graciosa de mujer queriendo juguetear, me gritó, – ¡vamos que te enfrías¡.

Recorrimos cinco kilómetros a un paso suave y charlando de todo un poco. No le comenté nada sobre los relatos que había leído ni hubo palabras que entraran en el tema intimo. Todo el camino fue de un concepto tan trivial que me revelaba de nuevo, la determinación de Yaiza por comportarse conmigo tal y como yo la había obligado con mi indiferencia ante sus pasadas insinuaciones.

– Oscar, – me propuso – llevas ya bastante de recorrido e imagino que tienes que estar cansado. Aún nos quedan otros siete kilómetros de vuelta. Si quieres, podemos descansar un rato. Allí abajo, junto al río parece que hay un claro donde podemos sentarnos en su orilla.

–Yaiza, por mí no te preocupes. Hoy no estoy corriendo fuerte y puedo regresar con comodidad. Pero si quieres que descansemos un rato ya que invita el río a sentarnos a su rivera, por mí estupendo.

Fuimos a ese pequeño claro y nos dejamos caer en la hierba que poblaba el suelo. Nos tumbamos viendo el follaje de los árboles y entre sus intersticios, ese cielo claro y limpio que teníamos encima.

Estuvimos un rato charlando.

El sonido del agua al correr, me invitaba siempre que la escuchaba a desear meterme dentro de ella si como en esa mañana, las temperaturas eran propicias para un baño.

– Yaiza. – Le dije de imprevisto. – ¿Porqué no nos damos un chapuzón?. Está el agua limpia y parece un remanso sin corrientes.

– Oscar, no he traído bañador. De buena gana sí que me daba una zambullida. Me da envidia como está el río, pero a no ser que me bañe desnuda no lo veo posible.

–¿Ahora tienes remilgos conmigo?. ¡Será porque no conozco tu cuerpo con todo detalle!. ¡Anda, quédate en braguitas y sujetador que harán el símil de bikini y vallamos al agua¡.

–Oscar, no soy una remilgada y prácticamente la vergüenza no la conozco, pero estamos muy cerca del camino y cualquiera que pase por él nos va a ver. Ya sabes lo cotilla y mal hablada que es la gente en esta ciudad tan pequeña, que de un hilo sacan un jersey completo.

–Si nos metemos dentro de esos árboles y arbustos no nos podrán ver desde el camino. Seguramente tengamos también un rincón alfombrado con hierba para secarnos después del baño.

La tomé de la mano y sin dejar que pusiera resistencia a mi invitación, nos encaminamos un poco más arriba. Cuando vi que por el ramaje evitábamos las miradas indiscretas de aquellos que circularan por esos lugares, busqué un sitio exento de vegetación, donde tuviéramos un espacio libre para sentarnos.

Desnudándome le glosé. – Este es un lugar perfecto y oculto. Nadie puede vernos desde atrás.

– Oscar, desde la otra orilla pueden distinguirnos.

– Para nada. En la otra orilla no hay camino. A no ser que vengan expresamente y raro me parece por la abundancia de vegetación. Ni los pescadores gustan de este tramo del río. Además ¿qué nos importa que nos vean?. Ya nos hemos escondido para que no puedan achacarnos un delito de escándalo público, y si alguien quiere mirarnos que lo goce. Aparte, soy un poco exhibicionista y en vez de ofuscarme me va a crear morbo si me ven en pelotas.

Yaiza estaba sorprendida. Estaba delante de ella totalmente desnudo y en sus ojos se veía esa chispa de gozo al ver un cuerpo que deseaba.

La vi entusiasmada por mi forma de actuar y sin reparo alguno, se desnudó en un santiamén, siendo la primera de los dos en meterse dentro de el agua.

La profundidad era de un metro y medio aproximadamente en la orilla y en el centro nos cubría completamente. El fondo, estaba formado por areniscas y piedras de río redondeadas, que nos posibilitaban andar descalzos sin peligro a cortes. El agua tenía una temperatura templada.

Jugamos un rato largo en ese escondite hallado. Formábamos carreras. Nos hacíamos aguadillas. Nos dejábamos flotar agarrados de la mano pecho arriba. Gozamos el baño como dos críos que por primera vez sienten el elemento acuoso.

Hubo un momento en la orilla, con los pies firmes en el suelo, teniendo en frente a Yaiza, y recordando las palabras de Yaris, donde dejó como sentencia que Yaiza deseaba que yo fuera el que quisiera poseerla, lejos de sentirme obligado por sus provocaciones, que sin previo aviso, le tomé la mejilla, acerqué mis labios a los suyos y la besé con una calidez que estaba cargada de ternura y fuego de pasión. Ella se dejó besar, y noté como todo su ser se elevaba hacia la máxima entrega resurgiendo de sus interioridades, ese algo que tanto tiempo estuvo en ella y que tanto deseó que se precipitara desde mi Yo, sin ser partícipe de ese deseo por todo mi ente.

El beso fue largo. Apasionado. Lleno de un magnetismo que provocó nos abrazáramos y nuestras manos fueran buscando el resto del cuerpo.

Con cada caricia la temperatura subía en nuestras mentes. Con cada contacto piel con piel, ardía todo lo ardible de nuestro organismo. Con cada beso que ya infringía en toda zona que no cubría el agua, motivó mi pene a crecer bajo el agua y a ella manar de su vagina un afluente que se vertía en las aguas que nos bañaban.

Cuando sintió en nuestro abrazo que mi sexo estaba erecto, y con la ingravidez que proporcionaba el agua, abrazó con sus piernas mis caderas. Mi pene al encontrar la puerta abierta y lubricada de su vulva, como guiado por los propios deseos y sin ayuda de manos para encontrar su camino, entró muy adentro de Yaiza, la cual, al notar que me acoplaba dentro de ella, desgranó un pequeño gemido.

En esa postura estuvimos un rato largo. No dejábamos de besarnos, acariciarnos, arrullarnos, agasajarnos, rozarnos. Nos sentíamos de todas las maneras posibles de sentir, pegados como estábamos, sin querernos soltar.

No perseguía hacer el amor con Yaiza de forma tan fogosa que en poco nos desbordáramos los dos como ocurrió con Yaris. Anhelaba que no nos importara el tiempo ni el espacio donde nos envolvíamos. Como en un baile de ballet, todos los movimientos de todo nuestro ser, deberían ser pasos armoniosos de la danza clásica. Necesitaba que esa primera experiencia de fusión no solo hiciera explotar los volcanes de nuestros sexos, sino que era primordial para sentirme totalmente pleno con ella, porque la sentía totalmente distinta a cualquier mujer que hubiera conocido, el ampliar a lo máximo las sensaciones de nuestros sentidos, y así perduraran durante el resto de nuestras vidas.

Enlazados, aprisionado por sus piernas y con mi glande sintiendo un muy suave roce de sus paredes internas, obligué que las estimulaciones fueran en todas las zonas erógenas, nos llevaran al máximo deseo, pero que no nos subyugaran hasta el extremo de sacar nuestros fluidos.

Yaiza era activa. No solo se dejaba estimular, sino que ella buscaba dar tonificación. Cuando con mi lengua recorría su cuello extremadamente sensible, ella me acariciaba el mío con sus dedos. Cuando le acariciaba su espalda, ella buscaba la mía. Si le besaba, ella me besaba siendo un remolino nuestras lenguas. Si mi cadera se apretaba contra su vulva, ella se movía acompasando el ritmo. Se dejaba hacer pero marcando mi ritmo con su ritmo.

Tras esos preámbulos, nos colocamos de mil posiciones para poder contactar con cada centímetro de nuestro ser. Tanto por encima del agua como por debajo. Nuestras manos, nuestras lenguas, nuestros sexos, nuestros deseos.

De pronto arrebataba aire para sus pulmones y se sumergía tomando mi pene en su boca friccionándolo para aumentar la sensación de fogosidad. Otro tanto hacía yo, interiorizándome en sus muslos y así acariciar su clítoris para recargarlo de máximas corrientes y llevarlo a las máximas tonificaciones.

No hubo ni un segundo que no tuviéramos un contacto intenso con nuestro cuerpo. Ni una décima de ese momento que dejára enfriar el acto de entregarnos.

Tras tanta pasión y tanta vitalidad en el contacto, y queriendo que los dos llegáramos a un mismo suspiro de placer, la tomé de las piernas abriéndolas y dejándola flotando de espaldas la volví a penetrar.

Era tan satisfactorio sentir su cuerpo tan leve, que los movimientos de inserción de nuestros sexos posibilitaba movimientos muy libres que permitían dirigir el roce en la posición que deseáramos.

La notaba excitada. La percibía llegando a los límites de la explosión. Sabía por sus pequeños gemidos y su respiración entrecortada, más exultante porque padecía de un pequeño problema de asma, estaba mimetizando toda nuestra entrega. Aún así, y a pesar que sabía no necesitaba forzar más la excitación porque la entrada y salida del pene en su vagina, con todos los puntos de contacto que en cada arremetida se implicaban, el orgasmo se estaba formando para generar el cosmos de placer, pero, ya que lo permitía esa postura y esa libertad de movimientos, con la ya cada vez más energética penetración, tomé con la yema de mis dedos su botoncito del clítoris y lo fui haciendo mío. Quería que llegáramos juntos al éxtasis, y controlaba la llegada de mi orgasmo bajando el ritmo y esperando a que a ella la invadiera para aumentar el compás cuando lograra su descarga.

Así fue. Entraba y salía en ella. Cada vez que notaba me precipitaba, bajaba la acometida pero no menguaba el roce en su punto máximo de erogenidad.

Cuando ella empezó a gemir más alto, a moverse con más brío, y notando que estaba ya en el límite de aguante, arremetí con mi máxima energía entrando y saliendo de su cavidad sumamente húmeda. Sujetando con mis dos manos sus muslos, y ya sin vuelta atrás, esperamos el espasmo de nuestros cuerpos que nos llevaría al paraíso de el máximo placer.

Nos dejamos invadir por las sensaciones, saliendo de nuestras bocas gemidos incallables que se oyeron en todo ese paraje, Dejaron constancia en el eterno vaivén de los sonidos que se guardan en nuestra atmósfera, la firma de una pasión llevada a una culminación de dos cuerpos en uno solo.

Tras ese desenfreno, nos volvimos a abrazar y como si temiéramos que se pudiera perder algo de valor de nuestra entrega, estuvimos un largo tiempo apretándonos y calmando todo nuestro organismo con besos, caricias y todo tipo de mimos entregados que simbolizaban una ternura y una dulzura inmensurable.

Salimos del agua y nos tumbamos para secarnos, en ese espacio oculto a los ojos de los demás. Ni siquiera desde la otra orilla podría vernos algún curioso que por casualidad estuviera allí, ya que algunos arbustos nos ocultaba en todas direcciones.

Durante nuestro momento de amor, no habíamos hablado, salvo palabras sueltas, y onomatopeyas que expresaban el sentir de cada segundo que gozamos. Fue ya tumbados cuando mirándonos fijamente a los ojos, me dijo Yaiza, – ¿Qué te hizo decidirte a follarme?.

– No te he follado cariño. Aunque te parezca cursi, lo definiría como habernos hecho el amor. No he sentido por ti en todo el momento de nuestra cesión, una necesidad biológica, sino que he necesitado compartir todas las emociones exultantes que desde tanto tiempo atrás llevo acopiando. No eran besos de lujuria los que te he dado, sino besos de máxima entrega. No te he acariciado por tener el placer de sentir tu piel, sino que mis caricias eran una forma de hacerte por un instante mía. No te he penetrado y he eyaculado para liberar tensiones, sino que ha sido la forma más explícita para describir que eres la mujer que más perturbación bella me ha producido, incluso en mi alma inmaterial.

Me ha costado verte como la mujer que eres. Me he querido engañar constantemente y hasta que no he dejado libre mi mente para entenderte como persona y mujer, sin inmiscuirte en los lazos afectivos de toda una vida, no me he dado cuenta de cuánto era mi deseo por ti y el verdadero significado que nada tiene que ver con deferencias a nuestra amistad.

Leí tus relatos que me proporcionó Yaris, y aunque para nada los quería entender como una parte de tu propia personalidad, me convencí que eres tú misma y con todos tus rasgos de temperamento, la mujer que tan bien has definido en cada uno de tus escritos.

Cuando releí una infinidad de veces cada uno de ellos, mi cabeza fue un torbellino de pensamientos que se cruzaban con la racionalidad, la cual yo creía era la verdadera, pero al final ganó la verdadera realidad y desde ese momento dejaste de ser mi "joven jovencita amiga", para ser una mujer que no deseaba perder y me impregné de una necesidad por conocerte en tu máxima expresión.

– Jajajaja, Oscar. ¿Me quieres decir que te pusieron caliente mis relatos eróticos y te entraron ganas de follarme?.

– No es eso. Mira que eres superficial. No fueron el contenido de tus relatos los que me han llevado a hacerte el amor y no a follarte como tú lo expones, sino que a través de tus relatos, pude comprender que eres una persona totalmente desconocida para mí y que he estado equivocado durante tanto tiempo al no dejar que me mostraras tu verdadera entidad, la cual no es de niña si no de una verdadera mujer.

– Te bromeo Oscar. Me resulta tan gracioso el ver cómo haces diferencia entre el coito y una relación pasional, que gozo al ver la cara que pones para explicarte.

También me he sentido muy unida a ti en todo ese maravilloso momento. He sentido que cada pequeña actitud era afianzada con el máximo cariño y la máxima entrega, demostrándome que en ese momento existíamos solos los dos entre un mundo lleno de personas.

Me has hecho gozar mucho cariño. Mucho es aún decir poco. Ese gozo no ha sido solo físico, sino que ha sido un cúmulo de sensaciones que me han manifestado la realización de un sueño.

Como has podido entender en mis relatos, tengo a una persona que me llena emocionalmente, pero aun así, tu no eres, ni has sido, ni serás, un polvo más. Siempre formarás parte de mi vida aunque cada uno pertenezca a un mundo distinto y tengamos caminos que difícilmente se puedan cruzar.

Como tantas y tantas veces, Yaiza dejó que un silencio nos invadiera tras sus palabras para que pudiera digerir los verdaderos significados.

Abrazados. Mirándonos. Sin haber dejado ni un instante de tocarnos, ya fuera un dedo, el pelo, la mejilla, pero en todo momento en continuo contacto, le dije, – No nos supedita en absoluto el haber hecho el amor, más de lo que ya estábamos vinculados. Pero jamás podré verte como te veía y aunque sentimentalmente no podríamos llevarnos bien, puesto que tenemos muchas diferencias, y en nosotros el amor no va a surgir, desde ahora créeme que me tienes rendido a tus pies, por la gran afinidad, querer, cariño y lo especial que eres.

– Jajaja. Entonces…. cuando tenga ganas de follar te puedo llamar?.

– Claro que sí y cuantas veces lo desees. Quiero follarte, joderte, cogerte, echarte mil polvos, todo lo que desees, pero esta primera vez nadie me va a hacer ver lo contrario, Hemos ido más allá y nos hemos hecho el amor.

Con una sonrisa que manaba como flujo de felicidad en nuestros rostros, volvimos a besarnos y de nuevo sentimos la fogosidad de el deseo que quería explayarse.

Tumbada como estaba, y ya sin el agua de por medio, fui recorriéndola todo el cuerpo.

Sus pechos vistos a la luz del día eran tan bellos que me regresé a mi infancia, cuando era bebé, y succioné su pezón chico, que al estirarlo se expandía dejándome aprisionarlo con mis labios y con cada libación ella se agitaba.

Con mi lengua fui recorriendo todo el volumen de sus senos mientras que con mis dedos presionaba el otro para que fueran los dos sensitivos al mismo tiempo con mis caricias.

Era muy impresionable en la aureola y en el pezón, y entendiendo que le gustaba ser explorada en esa zona, me atreví a morderla con una presión que la hiciera notar mis dientes, pero sin que pudiera sentir un molesto dolor ya que aunque en sus relatos, ella gozaba con esa práctica, no podía hacerla daño. Aún así, mis mordiscos iban de menos a más prensando, y tras un leve momento, los acariciaba con mi lengua para masajear y diseminar esa presión.

Recorriendo tramo a tramo, y dando vueltas por todos sitios para dejar por último su vagina, exploré todo lo que ella era en sí. Sus pies, sus piernas, sus muslos, su ombligo, su cuello, su pelo, su boca, sus ojos, sus oídos. Se dejaba hacer, aunque ella no paraba en ningún momento de atrapar todo lo que sus manos alcanzara dando sus suaves caricias que me estimulaban sobremanera.

Cuando llegué a su vagina, y abrí sus labios para poderla ver interiormente, fluía un flujo espeso, blanco, abundante, que salía hacia el exterior bajando ya por sus muslos.

Metí mi lengua dentro de ella, y apreciando el sabor, supe que no era el esperma que la había sitiado en mi eyaculación. Este ya había sido baldeado en el tiempo que estuvimos dentro del agua, y totalmente limpia, me proporcionaba el manantial de su sensualidad.

Cuando me entregue en su cuerpecillo eréctil, un clítoris que ahora con buena luz, se le veía como un botón de carne sonrosada camino de un color rojo claro por la cantidad de sangre que retenía en cada lamida, cada chupada, le hacía removerse por lo que me animé a provocarle la máxima excitación para sintiera deseos de correrse y necesitara de mí, aún más que en la anterior vez.

No solo su clítoris lo retenía con mis labios, sino que con mucho cuidado lo mordía para que sintiera la dureza de los dientes y tuviera la impresión que lo iba a seccionar. Ella me conocía y en ningún momento me pidió que apretara más, ya que sabía me es imposible crear un dolor aunque tenga la seguridad de que eso le diera placer. Atento a sus reacciones, la predispuse a sentir que la entendía y que trataba de acercarme lo máximo de mis posibilidades a lo que ella pudiera desear.

Cuando estaba jugando con sus labios vaginales, los cuales en mi boca aspirados eran carne de cielo, me pidió que la dejara también chuparme mi pene, por lo que me tumbé y ella se situó encima de mí, en la posición del 69 para que ambos pudiéramos gustar de nuestros sexos.

Al notar mi miembro erecto en su boca, puso en marcha todo su apetito y como una hambrienta que después de días sin comer le llega algo de comida a su boca, trabajó con tantas ganas, que era un total y continuado movimiento de lengua, labios, manos. Deseaba acelerar el ritmo de la corriente nerviosa de mi aparato, buscando ponerme a su igual en la excitación.

En esa posición, y pudiendo ver además de su abertura, el agujero del ano, y aunque no había leído en sus relatos que gozara de la estimulación anal, puse mi lengua en su entrada y con la saliva que segregaba, le fui masajeando ese orificio que se apretaba como negando el paso a todo ser viviente que se acercara a él.

Ya humedecido, y debido a que ella no dejaba de jugar con mi pene, introduje un dedo en su esfínter para provocar esa zona de su organismo. No sabía si era una zona erógena, pero al no oponerse, seguí con mi sondeo.

Viendo que se relajaba, y humedeciendo constantemente con mi saliva su agujero, introduje un segundo dedo. Con cuidado pero no sintiendo resistencia, entré dentro de ella expandiéndola.

Con tanto frenesí de su acometida a mi verga que me retiré para que no me hiciera alcanzar el máximo punto. La puse de rodillas culo en pompa e introduje toda la erección dentro de su cavidad totalmente lubricada, pero añadiendo la penetración de nuevo, de mis dos dedos en su culo y con la otra mano sobando su clítoris y sus labios.

Por el movimiento de sus caderas, al sentirse invadida por sus dos conductos, me alertó sobre que estaba experimentando de nuevo el gozo y que en poco se correría si seguía así, por lo que, para experimentar con ella nuevos estremecimientos, saqué mi cipote de dentro y sin pedirle permiso, ya que estaba ensanchado por el intrusismo de mis dedos, introduje mi polla en su culo y con movimientos suaves, haciendo notar que la llegaba hasta donde su longitud acertaba, metí un mano por debajo de mi pene para alcanzar su vulva y metiendo el dedo pulgar dentro de ella y con el índice excitando su clítoris, la llevé al orgasmo que esta vez el placer fue tan grande como la anterior vez, pero con una convulsión más acelerada y sin poder ahogar sus gemidos se prolongaron hasta llegar a ser un grito ahogado.

Cuando terminó de sentir tanto como su cuerpo le permitió en ese momento de subida y bajada de embriaguez, como sin fuerzas, se dejó caer en el suelo durante unos segundos, hasta que la respiración se normalizó quedando inerte y callada.

Ya repuesta me dijo que la dejara hacer a ella que quería saciarme como ella se había saciado y llevando su boca a mi glande, ensalivándolo y escupiendo para limpiarlo, aunque interiormente estaba limpia, succionó y absorbió, mientras con sus manos recorría mi pecho y mis testículos, presionando en las zonas que sabía ayudaban a la culminación.

Sin pausa arrancó toda la leche que tenía acumulada llenando su boca, dejándome tan extasiado que no pude soltarle la cabeza la cual tenía sujeta mientras me practicaba la felación.

Ya en mí, y recordando que solo gustaba del esperma de su amo, le pedí que lo escupiera, pero con una sonrisilla picarona, abriendo la boca para que viera que ni una gota se había escapado, saboreó el líquido y lo tragó como si de un dulce fuera. No creo que el esperma pueda ser grato al gusto, y me daba cosilla fea, el ver cómo lo deglutía, pero con este acto, me demostraba que yo era tan importante como su amo, dejándome ser partícipe de su vida. No era uno más con el que practicar sexo, sino que realmente en ella había una verdadera entrega y un deseo real por mí.

Ya ambos calmados, nos vestimos y aunque estábamos aún bajo la influencia de el deseo y el placer, decidimos retomar la carrera.

Íbamos los dos con una armonía agradable. Charlábamos y reíamos.

No estaba seguro que Yaiza después de haber sido mía, siguiera teniendo ese interés tan grande que había tenido hasta ese momento. Quizás, el haberme gozado como amante fue la vacuna para el ardor que sentía por mí y desde ese momento el interés se perdiera. Muchos quizás, pero ningún razonamiento seguro, por lo que como decía mi abuela, me lié la manta en la cabeza, y dejo que todo transcurra como Dios quiera. Por lo pronto, aún estaba bajo los efectos de la droga que era Yaiza, y el mañana no importaba.

En estos momentos corríamos de regreso a casa a un ritmo constante sin forzarnos y lo que pudiera venir después de ese día de desenfreno ya sería otra historia, donde jamás sería protagonista mi jovencísima amiga, sino la mujer excepcional, pasional y llena de vitalidad que era el encanto de Yaiza.

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