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Bueno, me llamo María y esta es la historia de cómo logre que me coga un negro por primera vez.
Corría el año 2001, tenía 16 años y mis hormonas estaban enloquecidas. Ya muy temprano (allá por los 11 o 12) ya me había empezado a desarrollar como mujer (tetas, caderas, culo, etc) y con esos cambios, también me empezaba a entrar curiosidad por el sexo. Cómo vivía con dos hermanos mayores, estuve expuesta rápidamente (y accidentalmente) a la pornografia.
En ese entonces un par de veces había encontrado algunos de los cassetes vhs de mis hermanos con pelis porno, y la verdad que me calentaban muchísimo. Por eso es que ya a la edad de 14 años tenía unas tremendas ganas de tener sexo, lo cual no fue tan difícil (para ese entonces mis amigas recién empezaban con algunos cambio mientras yo ya tenía casi todo en su lugar) ya que siempre fui atractiva para los chicos, más aún en esa edad, por lo que realmente no me faltó voluntario para iniciar mi vida sexual.
Pero este relato no se trata de mi primera vez, sino de cuando cumplí mi mayor fantasía: coger con un negro. Como dije antes, al haber visto porno desde muy temprana edad, me fascinaron algunas cosas, la que más me gustó y calentó fue la idea de que me coga un negro con una verga enorme.
Pues bien, como dije, tenía 16 años y mis medidas ya eran 95-62-103 gracias a mi desarrollo prematuro y mis prácticas de volley, media como 1,64 m, ojos verdes y pelo castaño claro ondulado. En mi casa se estaban haciendo algunas obras de reparación y la última era pintar la parte del jardín. No le había prestado mucha atención al asunto hasta que lo vi a él, un negro, de aproximadamente 1,90 metros, fornido y musculoso. Al instante me entró una calentura tremenda, al imaginar lo que podría ser su pene; pero también me desilusionaba un poco que no podría tener un tiempo a solas con él, o al menos eso pensaba. Un día, se me dio lo impensado: quedamos a solas en casa. Por cosas del destino no estaban mis padres, mis hermanos, ni la señora de la limpieza, solo él trabajando en el jardín. «De hoy no pasa» pensé, así que me puse manos a la obra: busque el bikini más diminuto y revelador, agarre el bronceador y salí al jardín a «tomar sol». Ahí estaba él, sin remera, como consoiracion del destino para calentarme aún más con esos tremendos abdominales. Me di cuenta que me miraba de reojo mientras me ponía el bronceador, así que le dije si me podía ayudar poniéndome el bronceador en la espalda. Dudó, pero aceptó ante mi insistencia. Me puse boca abajo, me desaté el bikini y empezó a colocármelo con un poco de temor. Sentía sus manos ásperas recorriendo mi espalda, pero al llegar cerca del culo, paró; «»no tengas vergüenza, sigue» le dije, pero él no quería. Insistí y acepto. Estaba hirviendo por dentro y se notaba en su mirada que él también me deseaba. Me agarró una nalga con fuerza y ahí ya no pude más. Me levante y lo empece a besar, él no dudó ni un segundo. Fuimos apresurados a mi cuarto y ahí lo acosté sobre mi cama, le di un par de besos y bajé mientras le lamia el abdomen, le desabroche el pantalón y se lo baje, ahí la vi: salta frente a mi rostro una enorme verga negra, de unos 23 cm, venosa y gruesa, no dude un segundo en agarrarla y patearla un poco, para luego empezar a lamerle lentamente la cabeza, hasta que empecé a meterla en mi boca. Él lo gozaba, yo intentando meterla lo más que podía, apenas llegaba a la mitad. Estaba babeando muchísimo, así que usaba mi propia saliva como una especie de lubricante. Por un rato me sentí decepcionada, ya que tras 10 minutos me dijo que iba a acabar. La saque de mi boca y la agite con ganas, hasta que lanzó una tremenda descarga de leche bien caliente que fue directo a mi rostro y mis tetas. Ayudándome con mis manos, junte todo ese semen calentito y lo trague por completo, me sentía toda una puta sucia. Se le chupé hasta que no quedó una gota, pero quería más, quería que me la meta. Le dije que quería seguir y me dijo que nada más le dé un minuto. Fui al baño, me cepille los dientes, para que no sienta incómodo besarme, y ni bien termino, él abre la puerta del baño, con su verga dura como una piedra, me apoya contra el lavamanos, y me empieza a comer el coño. Su lengua se movía de forma genial, lo gozaba a cada segundo, pero le pedí que me la meta, que no aguantaba más, y así lo hizo. Me la metió de a poco hasta la mitad y ya el resto toda de una, fue la mismísima gloria. Jamás había sentido algo así, me estaba usando como a su puta, me sentía una zorra, esa tremenda verga entraba y salía de mí con fuerza, dolía pero era un dolor que se convertía en placer, me temblaban las piernas, me pegaba nalgadas que yo las pedía cada vez más fuertes. Luego de un buen rato en el baño, me tomo con fuerza y me llevo de nuevo al cuarto, me puso de cuatro sobre la cama y me la metió entera. Me ahorcaba, me estiraba del pelo, yo lo gozaba muchísimo. Era definitivamente su puta, sucia y barata (más bien gratis). Luego me puso boca arriba, me chupo las tetas, me empezó a dar besos fuertes desde el cuello hasta la cara y la boca, me la metía sin parar, luego me daba cachetadas, me estrujaba las tetas, me escupía y me agarraba del cuello con fuerza, mientras yo alcanzaba el orgmasmo múltiples veces. En un momento paro la intensidad y nos besamos con más pasión, ahí le pedí que me pegue con su cinturón, a lo que respondió «realmente eres muy sucia» con una sonrisa pícara. Me puso boca abajo, alzando al culo hacia arriba y me empezó a azotar, para volver a insertarmela, mientras me ponía el cinturón en el cuello y lo ajustaba mientras me penetraba con violencia. Todo ese «abuso» que tenía me encantaba, era el mejor sexo de mi vida, por fin alguien me trataba como la perra en celo que soy, lo gozaba a cada segundo. Ya estábamos muy sudados y cansados cuando me acabo bien al fondo de la matriz, esa sensación de su semen caliente dentro mío fue el broche de oro para esa tarde mágica.
Una vez que terminamos, él se fue, ya era su hora de salida. Se despidió de mí con un «adiós putita», un beso y una nalgada. Mientras yo fui a ver el resultado de semejante faena. Estaba despeinada, las nalgas rojas, tenía chupetones, moretones, me dolía todo y mi cuarto estaba hecho un desaste, y realmente no me arrepentía de nada. Era una puta feliz.
Lastimosamente ya no tuve otra oportunidad de repetirlo, porque nunca volvieron a darse tantas coincidencias, pero hasta ahora uso como motivación para masturbarme aquella tarde en la que un negro me hizo su zorra particular.